Las hermanas Rocío y Gloria Labastida Gómez de la Torre apresuraban el paso por el ambulatorio del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM); iban guiadas por éste reportero para recibir al secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal (SEMIP).
Habían pasado por la tienda de Duty Free cuando el imprudente periodista de unomásuno preguntó:
-De modo que ustedes son hijas del secretario. ¿Cómo está Sinaloa, ya mero llega el destape?
¡Nosotras no somos de Sinaloa! – Reconvinieron al reportero - Mi papá hace mucho que no va - Caminaban hacía una de las posiciones de llegada de vuelos internacionales. Iban prestas a recibir a su padre, Francisco Labastida Ochoa, que había asistido a una reunión de países petroleros. (Casualmente, el petróleo mexicano había caído a 5 dólares el barril).
Eran los primeros días de aquella primavera de 1986. Miguel de la Madrid era el presidente de la República y Carlos Salinas de Gortari era secretario de Programación y Presupuesto; el gobernador de Sinaloa era Antonio Toledo Corro. Labastida aspiraba a la “grande” del PRI: la presidencia de la República.
En Sinaloa, “las fuerzas vivas” del tricolor daban como un hecho que el candidato al gobierno sería el senador Ernesto Millán Escalante. Los sectores del partido tenían toda la logística preparada para que el destape fuera en abril de ese 1986.
Pero, las inoportunas circunstancias, que siempre se producen en la política, se le atravesaron a EME y el PRI postuló a FLO, quien era un desarraigado de Sinaloa. Nació en Los Mochis, pero emigró desde joven hacia la capital de la República para realizar estudios profesionales y desarrollarse en la administración pública.
Pero, aquél 17 de abril de 1986, Marcos Bucio Múgica e Ignacio Lara Herrera se quedaron esperando en el AICM al ministro de la SEMIP para viajar a Suiza a una reunión de la OPEP. Las huestes priistas se habían pronunciado por Labastida para que gobernara Sinaloa. Carlos Salinas de Gortari iniciaba su estrategia para alcanzar la candidatura presidencial, y eliminaba a quien había sido su jefe en la SPP y se lo brincaba para acordar directos con el presidente Miguel de la Madrid.
Labastida llegó a Sinaloa contra su voluntad, tan improvisadamente, que tuvo que pedirle al mismo Ernesto Millán Escalante, la logística que tenía preparada para su campaña política. (Este reportero estuvo presente en la residencia, en San Ángel, cuando se reunieron FLO y EME).
Sin embargo, los medios de comunicación regionales – la prensa escrita sectaria, principalmente – lo acogió con agrado, una vez que el partido dio a conocer sus virtudes para posicionarlo entre los sinaloenses. No bien había iniciado su campaña, Labastida, cuando los provincianos escribidores de la región auguraron un gran futuro para la entidad “porque FLO había formado parte del gabinete presidencial. Nunca previeron el golpe militar contra las policías estatales.
La prensa no cuestionó a los colaboradores de FLO provenientes del Distrito Federal o de otras entidades, como lo hacen en otras ocasiones Y aunque FLO incluyó a sinaloenses como Diego Valadés Ríos y Alberto Saracho Valle, lo cierto es que en su gabinete hubo varios “fuereños” que fueron socorridos afectuosamente por los medios de comunicación del estado.
Labastida gobernó con esos “fuereños”. Desde la doctora María Teresa Uriarte, quien después se convirtió en su esposa, así como Esteban Moctezuma Barragán, Marcos Bucio Múgica (que casó a su hijo con una hija de prominentes agricultores), Ignacio Lara Herrera, Manuel Gómora Luna, Teniente Gilberto Limón, Bonifacio Piña, Jorge Covarrubias Lugo, Antonio Toca Fernández, entre otros de menor rango.
El secretario de Hacienda Pública y Tesorería, Alberto Saracho Valle disponía de partidas millonarias y miles de gastos a discreción, ya sea para establecer contratos de publicidad y difusión con los medios de comunicación o para “cautivar” a “columnistas” y reporteros provincianos que se rendían lisonjeramente ante los foráneos.
Tal fue la acogida que le dieron los periodistas a Labastida, que éste agradeció con el mayor embute que tal vez se haya dado a periodistas locales: ¡cien millones de viejos pesos! para adquirir una casa para la Asociación de Periodistas de Sinaloa (APS), allí por la calle Ruperto L. Paliza, en pleno centro de la ciudad. A otros, los benefició con un rotativo periodístico.
Era un 7 de junio de 1992, se había preparado un festejo en el Salón Floresta del Hotel Executivo. Un impertinente socio de la APS se acercó a Labastida y le dijo:
-Es el embute más grande jamás entregado, públicamente, por el gobierno a los periodistas.
-Ah, cómo le gusta a usted moverle a todo – expresó Labastida con su clásica mueca risueña.
Y allí está el edificio, albergando a un perpetuo dirigente, (un cuarto de siglo), símbolo del chayote más grande otorgado por un gobernante al gremio reporteril.
Aunque, hubo otro gobernante que otorgó la concesión de una cantina. Pero esa es otra historia, dijera la Nana Goya.
(*) Cien millones de viejos pesos.