No maestro, yo no sirvo para eso – me decía Luís Enrique cuando lo requerí para que me auxiliara en la redacción y selección de cables informativos que nos llegaban de las agencias internacionales al Diario de Culiacán.
No quería ejercer el periodismo, a pesar de haberse inscrito en el Taller de Periodismo que creó la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) y la Asociación de Periodistas de Sinaloa (APS), a principios de la década de los ochenta.
Transitaba de la adolescencia a la juventud y era un ávido de la literatura. Leía todo lo que estaba a su alcance. Por eso lo invité a ser mi auxiliar en la mesa de redacción.
Primero lo tomó como entretenimiento, pero conforme fue teniendo actividad en la corrección y redacción de los cables informativos, Luis Enrique se encantó del periodismo. Fue entonces que se inscribió formalmente en una Escuela de Comunicación Social particular de Culiacán.
Posteriormente, ingresó al periódico Noroeste como reportero formal y fue afinando su devoción periodística hasta que partió al entonces Distrito Federal donde se enroló en la sección cultural de medios nacionales, lo que le permitió conocer a los escritores Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis con quienes colaboró en proyectos literarios.
Durante su estancia en la capital de la República escribió dos libros: “La Ingobernable” y “La Muela del Juicio” de la Editorial Conaculta. Y colaboraba en las secciones culturales de revistas y periódicos del país, como La Jornada, El Financiero y El Nacional.
Regresó a Culiacán a finales de los noventa para ingresar en el periódico El Debate de Culiacán en donde inició la columna política “Fuentes Fidedignas” que después la modificó por “El Ancla”.
Escribía con una sintaxis impecable y placentera; era un periodista reconocido y admirado por toda la sociedad; miembros de todos los partidos políticos lo respetaban. No era un analista temerario, sino culto y bien informado.
En pleno apogeo de su columna analítica fundó su portal Fuentes Fidedignas.com.mx que se convirtió en un medio informativo de consulta permanente por sus trabajos periodísticos.
Era un caminante nocturno y afecto a la ailurofilia; se le veía en los súper mercados comprando litros de leche para alimentar a los gatos callejeros.
Y esa devoción ailurofilica coincidía con su personalidad reservada, independiente, cautelosa e impredecible; no le temía a su soledad, disfrutaba su espacio leyendo y por eso permaneció soltero hasta su muerte.
Siempre que nos encontrábamos me saludaba con mucho afecto.
-Mi maestro – me decía con gratitud – usted me metió en esto (el periodismo) y nunca lo olvidaré.
La última vez que nos abrazamos fue en una funeraria en el sepelio de mi esposa. Llegó casi corriendo en una fría madrugada.
-Vengo a darle un abrazo, maestro, porque usted me inició en esta profesión maravillosa del periodismo…
Ahora yo lo abrazo hasta donde esté, porque Luis Enrique Ramírez Ramos fue de los escasos alumnos que siempre me reconoció y agradeció mi docencia periodística.
Hasta siempre Luís Enrique.